Calimocho

Como me ocurre muchas veces con los olores o las canciones, los sabores me traen de vez en cuando fuertes recuerdos consigo.

Me gusta clasificar a las personas en tres grupos según lo que beban. En el primer grupo están los que beben cubatas; éstos, quieren tener éxito en la vida, ganar dinero, aspiran a tener grandes coches y enseñan su teléfono móvil en el pub de moda. Los que beben cerveza y calimocho en vasos de litro sentados en el bordillo de la acera son los del segundo grupo; quieren ser rebeldes, transgresores, disidentes, presumen de ir siempre contra corriente y llaman "pijos" a los del primer grupo. Por último están los que no quieren ser nada que no sean ya, están en paz consigo mismos y sólo beben fanta de naranja o zumo de melocotón.

Y aunque, a veces, ha caído algún JB con SevenUp o alguna Mirinda, siempre quise pertencer al segundo grupo. Al del litro, mini, cachi o maceta de cerveza o calimocho.

Todo esto me vino hoy a la cabeza mientras me comía, a mediodía, unas judías verdes con un calimocho en un buffet de Leganés.

El calimocho de hoy me supo, desde el primer sorbo hasta el último, a fiesta, a noches frías en el banco de un parque, a Lagartija Nick y a Barricada, a Rosendo y al calor de una hoguera improvisada, a dolor de cabeza, a risas sin saber por qué, a migas a las 7 de la mañana, a la boca seca de tanto hablar, a hachís, a "que no se me note", a primeros besos, a "voy bien y a "esta es la última", a volver corriendo a casa para no llegar tarde, a otra vez me estoy meando, a sólo veinte duros en el bolsillo, a arreglar el mundo y a "eres de puta madre", a quedarme cortado sin saber qué decirle y a millones de cosas más.

Todo eso se me pasó por la cabeza de golpe; todo junto, a cada sorbo, como un festival de recuerdos, como unos fuegos artificiales del cerebro, como si el vino y la Coca-Cola hubiesen regado las neuronas secas haciéndolas florecer de repente.