Si tuviera que elegir un recuerdo de la infancia, sería el de la Navidad. Hoy me ha venido a la cabeza cuando me he llevado a la boca unas galletas de vainilla de una máquina expendedora, en una fábrica de coches de Estados Unidos.
Me he acordado de cuando iba, cogido de la mano de mi madre, a los puestos ambulantes que todos los años ponen en la plaza de la Sagrada Família de Barcelona. Hacía frío y yo iba por la calle armado hasta los dientes, sintiéndome un caballero de la edad media: botas de agua, abrigo, bufanda, guantes, gorro y el último muñeco de "La Guerra de las Galaxias" que me habían comprado.
En ese mercadillo vendían todas las figuritas imaginables para el Belén y todos los accesorios necesarios para decorar el árbol de Navidad. Sonaban villancicos por todos lados, como no, y olía a castañas asadas. Allí no cabía ni un alfiler pero yo, que era una esponjita, me colaba entre la gente para llegar al mostrador y absorber todo aquello: el olor del musgo, el color rojo de Papá Noel, la cara de pasmao del niño Jesús y de sus padres, mi cara deformada al mirarme en las bolas de colores, el ruidito del riachuelo con agua de verdad, el centelleo de las bombillitas, la cara negra del rey negro,... ¿Qué es lo peor que se le puede decir a un niño después de "no mires" y "calla"? -"Nen, no toquis!"- me decía la dependienta con cara de asco.
Y cuando llegabamos a casa colocábamos la figurita que habíamos comprado en el Belén y, como una parte más de lo que para mí era sólo un juego, mi madre me contaba la historia, cometido o significado de dicha figurita. Yo veía más lógico que el portal de Belén lo custodiase Chewbacca y no ese ángel amanerado pero ella no lo entendía. Venía y lo volvía a cambiar.
Fins que una vegada el vaig posar y no vas venir mai més a canviar-lo.
(Hasta que una vez lo puse y no viniste nunca más a cambiarlo)
Me he acordado de cuando iba, cogido de la mano de mi madre, a los puestos ambulantes que todos los años ponen en la plaza de la Sagrada Família de Barcelona. Hacía frío y yo iba por la calle armado hasta los dientes, sintiéndome un caballero de la edad media: botas de agua, abrigo, bufanda, guantes, gorro y el último muñeco de "La Guerra de las Galaxias" que me habían comprado.
En ese mercadillo vendían todas las figuritas imaginables para el Belén y todos los accesorios necesarios para decorar el árbol de Navidad. Sonaban villancicos por todos lados, como no, y olía a castañas asadas. Allí no cabía ni un alfiler pero yo, que era una esponjita, me colaba entre la gente para llegar al mostrador y absorber todo aquello: el olor del musgo, el color rojo de Papá Noel, la cara de pasmao del niño Jesús y de sus padres, mi cara deformada al mirarme en las bolas de colores, el ruidito del riachuelo con agua de verdad, el centelleo de las bombillitas, la cara negra del rey negro,... ¿Qué es lo peor que se le puede decir a un niño después de "no mires" y "calla"? -"Nen, no toquis!"- me decía la dependienta con cara de asco.
Y cuando llegabamos a casa colocábamos la figurita que habíamos comprado en el Belén y, como una parte más de lo que para mí era sólo un juego, mi madre me contaba la historia, cometido o significado de dicha figurita. Yo veía más lógico que el portal de Belén lo custodiase Chewbacca y no ese ángel amanerado pero ella no lo entendía. Venía y lo volvía a cambiar.
Fins que una vegada el vaig posar y no vas venir mai més a canviar-lo.
(Hasta que una vez lo puse y no viniste nunca más a cambiarlo)
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