El conejo mira su reloj y grita nervioso: -¡hora de iiiiise! Lleva un gran reloj de bolsillo en el que consulta compulsivamente la hora. Dice que hace diez minutos que tenían que haber salido. Llegan tarde y perderán el autobús. Dando brincos sale de su casa en el árbol, avanzando camino abajo.
No sabe dónde está la parada de autobús pero él no se detiene: -¡Hora de iiiiise! Es imposible seguir su ritmo: avanza rápido esquivando hábilmente todo lo que encuentra a su paso. Dando saltos de un lado a otro se deshace con soltura de setas, árboles y animales que habitan el bosque. ¿Dónde está? Un segundo de despiste y lo hemos perdido. -¡Por aquí,por aquiií!- grita el conejo desde detrás de un arbusto. El gnomo de jardín le mira jadenado mientras se seca el sudor con un pañuelo. Tiene las piernas muy cortas así que tiene que caminar muy deprisa para poder seguirle. Desde que el gnomo de jardín llegó al jardín suele hacer excusiones por el bosque con su amigo el conejo del reloj. A veces hacen grandes recorridos hasta las montañas y otras veces caminan hasta la charca donde se quedan hablando hasta que anochece.
El conejo acaba de llegar a un cruce. Sin dejar de botar, echa un vistazo a ambos lados y señala con el dedo la dirección correcta. El gnomo de jardín, que es muy desconfiado, se pregunta cómo demonios sabe el conejo cuál es la dirección correcta si no hay ninguna indicación. -Bueno- piensa -a fin de cuentas es él quien conoce el bosque.-
Cuando llegan a la parada, el autobús está a punto de salir, así que suben rápidamente y toman asiento. -¡Qué bien, qué bien, qué bien!- exclama el conejo comprobando, de nuevo, la hora en su reloj. Ha llegado a tiempo y eso le llena de satisfacción. Para el conejo del reloj no hay nada más importante que llegar a tiempo.
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