Este fin de semana me voy a Granada. Que lo echo de menos. Pasearé por el centro, por la Carrera del Darro, tomaré un té con hierbabena en las teterías, unas tapas en el Arenal, pasaré por la Plaza de Los Lobos y me acordaré de los tiempos de Segunda Edición y del Naranja Burger. Quizás entrada ya la madrugada caerán unas cervezas en el Eshavira mientras suena Enrique Morente o en el Estribo lamentándome de no haber ido a Peatón a escuchar Pearl Jam y los Smiths. Me reiré de los pijos que salen por la plaza de toros y comeré algo en La Parra o los Seis Duros. Por la mañana veré las primeras nieves que han caído en la Sierra y me imaginaré allí arriba, en el frío, cansado, subiendo una cumbre más como tantas veces he hecho. Y pasaré por casa a decir hola y adiós para irme hasta la Silla del Moro y comer pizza cuadrada de Los Ojíjares para después bajar hasta el Campo del Príncipe y la calle Molinos, volver a ver los rincones de siempre, el Centro de Lenguas Modernas, el nuevo Hannigan, los chiringuitos de Shawarma,... Pero enseguida llegará el domingo y darán las doce y la carroza será un ZX blanco y Granada será una ciudad gris y enorme en la que no se ven las estrellas.
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