18 ago 2011

Jana

C uando yo era pequeño mis padres tenían amistad, como es habitual, con otro matrimonio con hijos. La pareja formada por S y C tenía dos, A y C, con los que yo jugaba. Pronto se mudaron fuera de Barcelona, a un pueblo a las afueras donde se compraron "una torre", un chalet. La familia la completaba un perro, hembra si mal no recuerdo, llamado Jana. No tengo ni idea de animales domésticos y mucho menos de razas de perros, sólo sé que era un perro "grande"; grande significa capaz de tirarme al suelo, a un niño. Mirando por internet creo que la imagen de mi cabeza coincide con la de un boxer. El caso es que mi relación con el perro no era lo que se dice "cordial". Creo que el perro y yo crecimos a la par. A mí no me gustaban los perros. No es que me diesen miedo, o al menos al principio, pero enseguida que me ladraban yo me asustaba, empezaba a hacer aspavientos o corría a esconderme tras las faldas de mi madre. El perro, eso lo entiendo ahora, se pensaba que era parte del juego y más corría tras de mí ladrando y yo más me asustaba. El perro sólo quiere jugar, no hace nada, me decían los mayores. Y yo no entendía a qué juego se referían. No veía ninguna diversión en que un bicho enorme me ladrase, babease o me empujase con sus zarpas.

Recuerdo un día, yo ya tendría quizás 8 o 9 años, en el que fuimos a ver a estos amigos a su chalet. Al llamar al timbre y ver que no venían a abrir, yo, ni corto ni perezoso, decidí saltar la verja para abrir por dentro. Ipso facto, el perro hizo aparición ladrando. Estaba yo encaramado en lo alto de la verja, un pie a cada lado, cuando el perro agarró el extremo de mi bufanda que colgaba. No sé si es porque me conocía y entendió que aquello era de nuevo un maldito juego o si es que se metió en el rol de guardián de la casa contra un intruso, pero el caso es que él tiraba de la bufanda hacia abajo y yo intentaba volver para atrás y bajar. Durante el forcejeo llegó un momento en el que la bufanda ya no estaba alrededor mío, sólo la sostenía con una mano por el otro extremo, pero en lugar de soltarla y dejar que el perro se la llevase, yo seguía como un tonto aferrado a ella, como si en ese tira y afloja estuviese en juego mi dignidad. No recuerdo quién se quedó con la bufanda, solo sé que llegaron S y C alarmados por el alboroto y viendo la situación reprendieron al pobre perro que no entendía qué había hecho mal.

Fue en una de estas visitas a su casa, que un día encontré a C completamente abatida en el sofá. Llorando y triste. Ya se sabe que los adultos siempre tratan de disimular ante los niños cuando se sienten mal. Los niños nos damos cuenta, pero los adultos se creen que nos han logrado engañar. Bueno pues, lo que me sorprendió a mí fue ver que de tanta tristeza que tenía, no podía ni disimular como solían hacer los grandes. Quizás era la primera vez que veía a un adulto tan hecho polvo. Mis padres me explicaron que Jana, la perra, había muerto. Yo hasta entonces no me había percatado de su ausencia. Cuando yo venía solían encerrarla para que no me asustase así que no la eché en falta. No sé de qué murió, creo que se puso enferma, no sé si también ya era vieja. Ese día aprendí que la gente le puede coger cariño a los animales. Nunca antes había pensado en ello. Quizás porque nunca tuve animales en casa. Para mí los animales eran gallinas, cerdos y cabras que había en el pueblo. Se les daba de comer, ponían huevos, daban leche y cuando uno tenía hambre, los mataba para comérselos. No es que me gustase hacerle daño a los animales, placer del que parecían disfrutar otros niños, pero jamás le cogí cariño a un conejo por darle alfalfa. Ese día aprendí que las personas podían tener vínculos afectivos con un animal, casi como los que podían tener con una persona. Yo no lo entendía, pero los hechos estaban delante mío. Aquello no era una pantomima ni mucho menos, esa mujer estaba llorando porque se había muerto un perro. Así que lo debía querer de verdad, pensé. Querer como se quiere a un amigo, a un niño, a alguien que te hace feliz y que de alguna forma, te quiere también a ti.

Mis ideas acerca de los animales no han cambiado mucho respecto a cuando era pequeño. En esto del respeto a los animales soy más bien pragmático. Soy de los que piensa que a los animales hay que respetarlos y protegerlos porque en ello nos va nuestro futuro. Pero siempre los he visto como seres vivos inferiores que poco o nada pueden aportarme desde el punto de vista intelectual o afectivo. No hay más que mirar como me he referido al susodicho animal más arriba: casi siempre me he referido a él como "el perro". Un amante de los animales se hubiese referido a él por su nombre, supongo. Prefiero dejar a los animales en su hábitat natural, con sus historias, y que vayan los biólogos allí y luego me cuenten cómo son, qué hacen, etc. ¿Los toros? A mí el toreo no me ha gustado nunca. No lo encuentro interesante per se. Y no, no me gusta ver como le clavan cosas y lo marean de un sitio para otro para luego encima matarlo, pobre. Me parece cruel. Pero a la vez he de admitir que no me sensibiliza como a los anti-taurinos. No soy capaz de mover el culo del sillón para ir a defender a un toro o a un perro maltratado. Creo, y lo admito a regañadientes, que mi relación con los animales es de derechas.

3 comentarios:

carmen dijo...

He tenido que esperar unos minutos antes de poder contestarte, tenia los ojos anegados en lágrimas. Soy la C de tu relato y mira chico me has emocionado que quieres que te diga.
No fuí nunca consciente del miedo que te infundia la Jana, si recuerdo la alergia que te producian los gatos.
Deberas disculparme, será por aquello de que cuando nos hacemos mayores las neuronas ya no se reproducen (dicen), no recuerdo el incidente de la bufanda.
Pues si ... las mascotas te agradan o no te agradan... en casa nos siguen gustando y disfrutamos de ellas hasta que nos dejan (hasta que se marchan)(no me gusta decir mueren)la última que nos dejó la Rasta a finales de Enero, y no he encontrado mayor complicidad con ningún otro animal que con ella, seguro que te parecerá raro, (uissss otra vez los ojos llenos de agua)pero respeto profundamente tu punto de vista.

Sadi dijo...

Sé que nunca lo harás, pero deberías tener un perro. Te cambiaría el punto de vista.

Yo tampoco soy muy amante de los animales, pero ver la devoción que te tienen, la alegría que les da verte cuando vuelves del trabajo o lo contentos que se ponen cuando ven a tus sobrinos después de samanas...

Al final les coges cariño. Aunque cuando muera sé que no me afectará mucho; pero un poco sí.

Cad dijo...

A ver, no confundamos. Todos estos animales de los que hablas son producto de la domesticación de animales salvajes (poco amigables) por parte del hombre para su propio beneficio (laboral, sentimental o de ocio). Todas las razas de perro, por ejemplo, provienen de una única domesticación del lobo; es decir, existen porque a un hombrecillo o mujercilla le dio por criar lobitos en su casa y seleccionar aquellas características que le parecieron interesantes. Idem con los gatos. El toro bravo es otra especie creada por el hombre. Y digo "creada" porque no existiría si no existiese la lidia (curiosamente es la única especie animal que no intenta huir cuando está siendo herida). Las aves de jaula que ya han perdido hasta la capacidad de volar pero han aumentado la de cantar, etc...

A mi tampoco me suelen atraer demasiado los animales domésticos. No se, los miro y veo la mano del hombre muy marcada en ellos. Ahora, otra cosa bien distinta son los animales salvajes no humanizados en su medio natural. Esos si son realmente los que a mi me apasionan.

PD. Otro post muy poco políticamente correcto de esos que tanto me gustan ;-)