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Sábado 20 de Diciembre de 2008
Tour por la ciudad (II)
Tour por la ciudad (II)
Parece que está cerrado y no abren al público hasta las cuatro. Así que vamos a esperar. Les doy dinero a los conductores para que se vayan a comer. 100 rupias (1.5€) para cada uno me sigue pareciendo una miseria así que les doy un poco más; un billete de 500 rupias para los dos (7.5€) y que se peguen un buen banquete. Espero, ingenuo de mí, tenerlos contentos y que no traten de engañarnos. Queda más de una hora hasta que abran el templo a los visitantes así que pasearemos un rato por las calles. Junto al recinto del templo hay algunos puestos ambulantes con incienso, pañuelos, flores... Supongo que son el equivalente a los puestos de estampitas y velas que hay junto a las iglesias en España. La gente nos mira. No me cansaré de repetirlo. Es que no pasamos desapercibidos. Y prácticamente nunca nos cruzamos con ningún otro occidental. No es una mirada inquisidora, es más bien una mirada curiosa, como el que tiene ante sus ojos algo que sólo había visto en televisión y ahora lo tiene delante, moviéndose, hablando, riendo, de carne y hueso. He de decir que no me acostumbro a ser constantemente observado.
Caminamos un poco calle abajo. La calzada tiene algo de asfalto pero está cubierta de una capa de polvo y tierra que no lo deja ver. Hay algunos vehículos aparcados en las aceras. Me llama la atención los coloridos diseños con los que decoran los camiones y furgonetas. Hay uno, con la cabina amarilla, con dibujos rojos, verdes y negros; lleva escritas algunas cosas en caracteres devanagari que no tengo ni idea que querrán decir. Me gusta imaginar que son los equivalentes del "papá no corras", "Camarón vive" o "Jesús te ama" que se pueden ver en los camiones españoles. Más abajo de la calle hay un recinto vallado con un gran cartel arriba anunciando lo que parece una película. Es un cine. Y por lo que se ve en el cartel proyectan una de esas típicas de bollywood. La gente bien hace cola dentro del recinto vallado para entrar. La gente pobre se queda fuera.
La calle por la que vamos termina en un cruce con una gran avenida. En la esquina izquierda se alza un edificio con apariencia moderna. Blanco con grandes cristales. Es un centro comercial, podría decirse, al estilo occidental. Hay guardias de seguridad en la puerta y detector de metales en las entradas. Ni que decir tiene que aquí el paso está vetado a los pobres. El "segurata" juzga, cual portero de discoteca, quien entra y quien no. Los occidentales, tampoco hace falta decirlo, son más que bienvenidos a gastarse sus dineros. Nada que destacar en el interior. Un centro comercial como cualquier otro en occidente. Perfumes caros y escaleras mecánicas. Lo que llama la atención es el contraste con el exterior. De repente está uno en un lugar agradable, limpio, silencioso, ordenado... sólo separado del resto por unas paredes de cristal. Es como una burbuja donde los ricos se aislan y protegen de la realidad exterior. Se oye inglés. Niños educados en colegios donde se habla el idioma de los invasores compran el último libro de Harry Potter. Rakel y yo miramos algún libro de cocina india y nos reímos con los DVD de bollywood. Andrés compra un montón de películas occidentales a un precio baratísimo.
Todavía queda tiempo hasta que abran así que recorremos la calle en la otra dirección. Rakel y yo queremos comprar henna para llevar a casa. Tienen que venderla en cualquier lado, nos decimos. Pasamos por el templo de los "Hare Krishna" y dejamos también atrás los puestos de incienso. En una calle a la izquierda los comercios abundan. Está todo muy animado, cada uno con sus quehaceres, pero todos dejan siempre lo que estén haciendo para quedarse mirándonos cuando pasamos. Después de preguntar en varios sitios damos con una especie de droguería o tienda de especias, no sé exactamente, en la que el dueño muy contento de vernos afirma que tiene la henna de la mejor calidad "very good quality hennna, very good quality". Sí, sí, por supuesto. Por toda la tienda tiene tarros y sacos con polvos de colores, como los que se pueden ver en el bazar de las especias en Estambul. Pero parecen más bien jabones, tintes o detergentes naturales. ¿Cuánto es el precio? Calculamos mentalmente si es un precio medianamente razonable. Es algo equivalente a dos o tres euros el kilo. Seguramente me esté pidiendo más de lo normal pero tristemente sigue siendo un precio tan barato para nosotros que no tiene sentido regatear. Qué más nos da pagar un euro que medio. Es más, no quisiera que además me diese una barba de regalo. El dueño apremia al niño para que se dé prisa en sellar las bolsas de plástico. Parece que en cualquier momento le va a dar una colleja. El hombre nos mira buscando nuestra complicidad o como esperando nuestra aprobación a su comportamiento. Creo que consigue justo lo contrario.
Ya se puede entrar al templo. No es que tengamos especial interés en verlo. Después de todo, lo que nos está gustando de estos días es lo que se ve por las calles. Nos parece más interesante. Hay que descalzarse al entrar. En el interior hay un gran patio porticado con una especie de altar en uno de los lados. En dicho altar hay unas estatuas blancas de personajes calvos cubiertos con muchas flores y adornos. También hay mucho incienso. La gente se agolpa en esa zona, como queriendo tocarlos. En los otros lados del patio hay murales con escenas mitológicas: la creación del mundo, la expulsión de no sé que pueblo, el retorno de no sé que rey... Andrés se entretiene durante horas en una conversación de a ver quien puede más con una chica que le quiere convertir. Él dirá que la pobre no tiene nada que hacer, pero es él quien ha acabado comprándole un libro. A la salida hay un largo pasillo donde venden dulces y pasteles. Las viejas hacen cola para comprar el equivalente a los "huesos de santo" y a las "yemas de Santa Teresa". La verdad es que no tienen mala pinta pero recelamos no vaya a ser que nos siente mal algo, que en estos países no hay mucho control sanitario que digamos. Un par de pasteles pequeños para probarlos y ya está.
Volvemos a subirnos en los coches. No sé a dónde vamos ahora. Recuerdo que antes de las ocho debemos recoger los trajes, ya arreglados, de Başak y Rakel. Por lo que imagino que cruzaremos de nuevo toda la ciudad. Pero no, antes de pasarnos por allí nos detenemos en la playa. Una pequeña parada para ver el mar.
Es un poco extraño. Estamos a casi cuarenta grados y en la playa no se baña nadie. De hecho, tampoco hay gente tomando el sol. Primero porque creo que sólo somos los blancos los que hacemos cosas como ir a la playa a tomar el sol y segundo porque el cielo está cubierto por una capa entre gris y marrón. Sí que hay gente pero pasean, se hacen fotos, se sientan un rato a mirar el mar. Hay más de 50m hasta la orilla y no se ve el final cuando miro a derecha e izquierda. Advierto que la arena está algo sucia. Supongo que aquí no la limpian ni nada de eso. Pero bueno, yo sin dudarlo me descalzo y meto los pies en el agua. Puedo decir que he remojado los pies en aguas del océano Índico. Marta me reprende enseguida que me ve. Cómo se me ocurre bañarme ahí. "¿Es que no ves que nadie se baña?" "¡El agua está contaminada, seguro!" Y me cuenta que te puede dar cáncer y otros males. Bueno, es el agua del mar y el mar es muy grande; tampoco creo que sea para tanto por remojar sólo los pies. No hay una central nuclear al lado vertiendo residuos ni veo ningún petrolero con una fuga. Pero, de acuerdo, el agua está caliente y... no se ve el fondo a cuatro palmos de profundidad. Mejor me salgo que no se me ha perdido nada aquí dentro.
No hay mucho más que hacer por aquí. Quizás me hubiese gustado dar un paseo recorriendo la playa de punta a punta pero sorprendentemente para nosotros comienza a llover. La gente corre para ponerse a resguardo. ¿Dónde estaban aparcados los coches?
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Caminamos un poco calle abajo. La calzada tiene algo de asfalto pero está cubierta de una capa de polvo y tierra que no lo deja ver. Hay algunos vehículos aparcados en las aceras. Me llama la atención los coloridos diseños con los que decoran los camiones y furgonetas. Hay uno, con la cabina amarilla, con dibujos rojos, verdes y negros; lleva escritas algunas cosas en caracteres devanagari que no tengo ni idea que querrán decir. Me gusta imaginar que son los equivalentes del "papá no corras", "Camarón vive" o "Jesús te ama" que se pueden ver en los camiones españoles. Más abajo de la calle hay un recinto vallado con un gran cartel arriba anunciando lo que parece una película. Es un cine. Y por lo que se ve en el cartel proyectan una de esas típicas de bollywood. La gente bien hace cola dentro del recinto vallado para entrar. La gente pobre se queda fuera.
La calle por la que vamos termina en un cruce con una gran avenida. En la esquina izquierda se alza un edificio con apariencia moderna. Blanco con grandes cristales. Es un centro comercial, podría decirse, al estilo occidental. Hay guardias de seguridad en la puerta y detector de metales en las entradas. Ni que decir tiene que aquí el paso está vetado a los pobres. El "segurata" juzga, cual portero de discoteca, quien entra y quien no. Los occidentales, tampoco hace falta decirlo, son más que bienvenidos a gastarse sus dineros. Nada que destacar en el interior. Un centro comercial como cualquier otro en occidente. Perfumes caros y escaleras mecánicas. Lo que llama la atención es el contraste con el exterior. De repente está uno en un lugar agradable, limpio, silencioso, ordenado... sólo separado del resto por unas paredes de cristal. Es como una burbuja donde los ricos se aislan y protegen de la realidad exterior. Se oye inglés. Niños educados en colegios donde se habla el idioma de los invasores compran el último libro de Harry Potter. Rakel y yo miramos algún libro de cocina india y nos reímos con los DVD de bollywood. Andrés compra un montón de películas occidentales a un precio baratísimo.
Todavía queda tiempo hasta que abran así que recorremos la calle en la otra dirección. Rakel y yo queremos comprar henna para llevar a casa. Tienen que venderla en cualquier lado, nos decimos. Pasamos por el templo de los "Hare Krishna" y dejamos también atrás los puestos de incienso. En una calle a la izquierda los comercios abundan. Está todo muy animado, cada uno con sus quehaceres, pero todos dejan siempre lo que estén haciendo para quedarse mirándonos cuando pasamos. Después de preguntar en varios sitios damos con una especie de droguería o tienda de especias, no sé exactamente, en la que el dueño muy contento de vernos afirma que tiene la henna de la mejor calidad "very good quality hennna, very good quality". Sí, sí, por supuesto. Por toda la tienda tiene tarros y sacos con polvos de colores, como los que se pueden ver en el bazar de las especias en Estambul. Pero parecen más bien jabones, tintes o detergentes naturales. ¿Cuánto es el precio? Calculamos mentalmente si es un precio medianamente razonable. Es algo equivalente a dos o tres euros el kilo. Seguramente me esté pidiendo más de lo normal pero tristemente sigue siendo un precio tan barato para nosotros que no tiene sentido regatear. Qué más nos da pagar un euro que medio. Es más, no quisiera que además me diese una barba de regalo. El dueño apremia al niño para que se dé prisa en sellar las bolsas de plástico. Parece que en cualquier momento le va a dar una colleja. El hombre nos mira buscando nuestra complicidad o como esperando nuestra aprobación a su comportamiento. Creo que consigue justo lo contrario.
Ya se puede entrar al templo. No es que tengamos especial interés en verlo. Después de todo, lo que nos está gustando de estos días es lo que se ve por las calles. Nos parece más interesante. Hay que descalzarse al entrar. En el interior hay un gran patio porticado con una especie de altar en uno de los lados. En dicho altar hay unas estatuas blancas de personajes calvos cubiertos con muchas flores y adornos. También hay mucho incienso. La gente se agolpa en esa zona, como queriendo tocarlos. En los otros lados del patio hay murales con escenas mitológicas: la creación del mundo, la expulsión de no sé que pueblo, el retorno de no sé que rey... Andrés se entretiene durante horas en una conversación de a ver quien puede más con una chica que le quiere convertir. Él dirá que la pobre no tiene nada que hacer, pero es él quien ha acabado comprándole un libro. A la salida hay un largo pasillo donde venden dulces y pasteles. Las viejas hacen cola para comprar el equivalente a los "huesos de santo" y a las "yemas de Santa Teresa". La verdad es que no tienen mala pinta pero recelamos no vaya a ser que nos siente mal algo, que en estos países no hay mucho control sanitario que digamos. Un par de pasteles pequeños para probarlos y ya está.
Volvemos a subirnos en los coches. No sé a dónde vamos ahora. Recuerdo que antes de las ocho debemos recoger los trajes, ya arreglados, de Başak y Rakel. Por lo que imagino que cruzaremos de nuevo toda la ciudad. Pero no, antes de pasarnos por allí nos detenemos en la playa. Una pequeña parada para ver el mar.
Es un poco extraño. Estamos a casi cuarenta grados y en la playa no se baña nadie. De hecho, tampoco hay gente tomando el sol. Primero porque creo que sólo somos los blancos los que hacemos cosas como ir a la playa a tomar el sol y segundo porque el cielo está cubierto por una capa entre gris y marrón. Sí que hay gente pero pasean, se hacen fotos, se sientan un rato a mirar el mar. Hay más de 50m hasta la orilla y no se ve el final cuando miro a derecha e izquierda. Advierto que la arena está algo sucia. Supongo que aquí no la limpian ni nada de eso. Pero bueno, yo sin dudarlo me descalzo y meto los pies en el agua. Puedo decir que he remojado los pies en aguas del océano Índico. Marta me reprende enseguida que me ve. Cómo se me ocurre bañarme ahí. "¿Es que no ves que nadie se baña?" "¡El agua está contaminada, seguro!" Y me cuenta que te puede dar cáncer y otros males. Bueno, es el agua del mar y el mar es muy grande; tampoco creo que sea para tanto por remojar sólo los pies. No hay una central nuclear al lado vertiendo residuos ni veo ningún petrolero con una fuga. Pero, de acuerdo, el agua está caliente y... no se ve el fondo a cuatro palmos de profundidad. Mejor me salgo que no se me ha perdido nada aquí dentro.
No hay mucho más que hacer por aquí. Quizás me hubiese gustado dar un paseo recorriendo la playa de punta a punta pero sorprendentemente para nosotros comienza a llover. La gente corre para ponerse a resguardo. ¿Dónde estaban aparcados los coches?
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