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Sábado 20 de Diciembre de 2008
Tour por la ciudad (I)
Tour por la ciudad (I)
Siguen los rituales del casamiento. Pero hoy sábado, día antes de la auténtica boda, los actos están reservados para las dos familias. Así que nosotros dedicaremos el día a hacer turismo. Sampath preparó con anterioridad este día para nosotros y organizó un coche con chófer para que nos lleve de turismo por la ciudad a visitar los lugares más significativos.
Nos levantamos comparando nuestros tatuajes de henna que, después de toda la noche, han adquirido un color bien oscuro, casi negro en algunos casos; cuanto mayor es la temperatura corporal y cuanto más vasculada esté la zona, más oscuro se pone el tatuaje; por lo que el que Kazuna se hizo en el antebrazo ha quedado más bien naranja (dicen que los japoneses tienen menor temperatura corporal).
El piso donde nos hemos quedado hasta ahora hay que dejarlo hoy, ya que está reservado por otras personas. Así que Andrés, Kazuna, Marta, Andy, Rakel y yo nos mudaremos al hotel donde se están quedando Başak y Nobori. Está cerca del aeropuerto y llegamos en una hora desde Powai. Como siempre, no hay nombres en las calles y el chófer se orienta preguntando a la gente que pasa. Hotel Benzi Palace, ese es. No parece muy lujoso y seguro que tiene cucarachas pero es igual. Será barato.
El hombre de la recepción, que parece el dueño, es un tío muy serio, algo gruñón. Todo tiene un aire muy colonial, los turistas blanquitos, el ventilador en el techo, el botones con su sombrero que parece el niño de "Indiana Jones y el templo maldito"... Incluso el cuaderno con pauta y margen rojo donde el dueño nos registra. Nunca he estado en Cuba, pero me imagino la Habana un poco así. Tarda un montón en registrarnos. Hace fotocopias de nuestros pasaportes, apunta parsimoniosamente los nombres en el cuaderno, fecha de entrada, fecha esperada de salida, desayuno... No intentes darte prisa en esta ciudad. Todo es bullicioso, masificado, ruidoso pero, a la vez, increíblemente lento y burocrático (herencia de los británicos, supongo). Los botones nos miran. Quieren subir nuestras maletas y pienso que seguro esperan una propina. El dueño al darnos las llaves nos recuerda que no dejemos las habitaciones abiertas (no se fía ni de sus empleados). El ascensor es también arcaico, de esos que recuerdo en Barcelona, cuando era pequeño: con la caja de madera, con dos puertas plegables que se abren y cierran a mano y una puerta exterior en cada planta, con rejas. Las habitaciones huelen a humedad y no sé que más que viene de la calle. Pero hay un aparato de aire acondicionado que al ponerlo mitiga un poco el mal olor. Al menos el baño está limpio y hay una tele. La cama es de esas en las que no sabe uno si dormir dentro, entre las sábanas, o encima de la colcha. No sé qué es más higiénico.
Para cuando nos hemos instalado en el "gran" Benzi Palace son ya las 11 de la mañana. El prometido coche con conductor llega al hotel. Pero ¡oh, sorpresa!, Sampath pidió un tour por la ciudad para ocho personas y me temo que en un sólo coche no vamos a caber. Sampath llama por teléfono a la empresa que organiza la visita; se enfada; les advirtió que éramos ocho y ellos dijeron que no habría problema. Ahora se presentan con un turismo y un conductor. No hay pasa nada dicen, traerán otro pero serán x rupias más. Sampath discute en maratí o hindi (no sé, pero discute). Ahora entiendo dónde a cogido tanta práctica para negociar siempre las mejores ofertas de móviles...
Al final traerán otro coche y otro conductor, sin cobrar más. Pero tenemos que esperar. Seguramente le lleve horas al coche atravesar la ciudad hasta aquí. Viéndome Sampath como el más responsable del grupo, me da instrucciones acerca del pago al conductor. Les ha dado 2000 rupias ahora (unos 30€). Cuando termine el tour debo darle otras 2000 rupias lo que hará el total acordado. También me dice que les dé 100 rupias (1.5€) a cada conductor más tarde para que se vayan a comer.
Mientras esperamos, tomamos algo en el bar del hotel. Un simple chamizo de cañas en la calle, con unas mesas y sillas de plástico. Empezamos pidiendo té, mango lassi y cosas así pero acabamos pidiendo comida. Yo pruebo un pan con especias que parece gustar a todo el mundo. Desde donde estoy veo la cocina: un pasillo alargado y estrecho con el suelo encharcado de agua. Parece que está permanentemente así pues los camareros ni se inmutan al pisar el agua con sus chanclas. Después de varios días aquí, por fin he comprendido el ciclo de la basura en la ciudad de Bombay: la gente genera basura y desperdicios que se van depositando en las calles. En una primera fase de reciclaje, las vacas, el animal preferido de los dioses y que campan a sus anchas por doquier, se van comiendo los restos más exquisitos que los humanos desechan. En una segunda fase, los animales de menos rango, perros y gatos, van rebuscando algo aprovechable que llevarse a la boca. Para entonces, lo que era un compacto montón de basura se ha esparcido por toda la acera. En una una tercera fase es cuando las ratas hacen aparición para comerse lo incomestible. Y en un último filtro, las cucarachas acabarán el proceso de reciclado de la basura de la ciudad; un proceso lento que durará semanas hasta que un camión "de la basura" pase a recoger lo que quede. Riánse ustedes ahora del reciclaje al estilo occidental.
Por fin ha llegado el otro vehículo. Nos repartimos en los coches y salimos, tarde pero salimos. Salimos a ese mar en constante tormenta que es el tráfico de esta ciudad. No tengo ni idea de qué es lo que vamos a visitar. El conductor, como todos los anteriores, no habla. Va siempre mudo. Si acaso cuando le preguntas algo murmura mitad en inglés mitad en galimatías. Pero desde luego considera que hacer de guía turístico a estos niños bien occidentales no es asunto suyo. Él conduce que ya es bastante. Tengo un folleto explicativo de la visita en la mano que parece más falso que Judas. En un fondo rosa aparecen coches super lujosos y edificios enormes que no creo ni que existan aquí.
Uno de los requisitos que le ha puesto Sampath al viaje es que nos lleven a algún sitio donde haya tiendas y podamos comprar algunos regalos y souvenirs, ya se sabe. Así que en una de estas, el coche se detiene el medio de una calle cualquiera atascada de coches. En el lado derecho se ven unas obras en la calzada que bloquean el paso a la acera. En el lado izquierdo hay solares y casas desvencijadas. El conductor nos mira y dice: "shopping". ¿"Shopping"? OK, pero ¿dónde? Nos señala con el dedo. Entre un solar y otro hay un edificio, con las pareces de hormigón, completamente gris y una puerta con cristales tintados. No se ve el interior. Arriba, un rótulo que sí parece el de una tienda. Dentro, hay efectivamente un comercio; el dependiente saliva y yo, un poco por cortesía, me dedico a mirar las baratijas de las estanterías. Las baratijas resultan no ser tan baratas; aunque igual de inútiles. Figuritas, tapices, incienso... Yo no tengo intención de comprar nada, como siempre. Pero Rakel encuentra un tapete de hilo de seda dorado para que su madre ponga en la mesa del comedor. Al fin y al cabo, no todos los días le traen a uno un objeto de la India.
Sigue la visita y poco a poco las calles que atravesamos cambian. No hemos salido de la ciudad pero me da la impresión de que estamos en un pueblo o en un barrio más antiguo. Las calles se vuelven más estrechas, de un solo carril (aunque usado en ambas direcciones) y más contorneadas. Las casas son también bajas. Se ven templos por todos lados. Muchas veces imitan formas de la naturaleza. Tienen colores verdes y marrones y las múltiples figuras de los dioses esculpidas en la fachada tienen largos brazos y ramificaciones como si el templo imitase a un bosque. La próxima parada es un templo, pero no hindú, sino de los "Hare Krishna".
Nos levantamos comparando nuestros tatuajes de henna que, después de toda la noche, han adquirido un color bien oscuro, casi negro en algunos casos; cuanto mayor es la temperatura corporal y cuanto más vasculada esté la zona, más oscuro se pone el tatuaje; por lo que el que Kazuna se hizo en el antebrazo ha quedado más bien naranja (dicen que los japoneses tienen menor temperatura corporal).
El piso donde nos hemos quedado hasta ahora hay que dejarlo hoy, ya que está reservado por otras personas. Así que Andrés, Kazuna, Marta, Andy, Rakel y yo nos mudaremos al hotel donde se están quedando Başak y Nobori. Está cerca del aeropuerto y llegamos en una hora desde Powai. Como siempre, no hay nombres en las calles y el chófer se orienta preguntando a la gente que pasa. Hotel Benzi Palace, ese es. No parece muy lujoso y seguro que tiene cucarachas pero es igual. Será barato.
El hombre de la recepción, que parece el dueño, es un tío muy serio, algo gruñón. Todo tiene un aire muy colonial, los turistas blanquitos, el ventilador en el techo, el botones con su sombrero que parece el niño de "Indiana Jones y el templo maldito"... Incluso el cuaderno con pauta y margen rojo donde el dueño nos registra. Nunca he estado en Cuba, pero me imagino la Habana un poco así. Tarda un montón en registrarnos. Hace fotocopias de nuestros pasaportes, apunta parsimoniosamente los nombres en el cuaderno, fecha de entrada, fecha esperada de salida, desayuno... No intentes darte prisa en esta ciudad. Todo es bullicioso, masificado, ruidoso pero, a la vez, increíblemente lento y burocrático (herencia de los británicos, supongo). Los botones nos miran. Quieren subir nuestras maletas y pienso que seguro esperan una propina. El dueño al darnos las llaves nos recuerda que no dejemos las habitaciones abiertas (no se fía ni de sus empleados). El ascensor es también arcaico, de esos que recuerdo en Barcelona, cuando era pequeño: con la caja de madera, con dos puertas plegables que se abren y cierran a mano y una puerta exterior en cada planta, con rejas. Las habitaciones huelen a humedad y no sé que más que viene de la calle. Pero hay un aparato de aire acondicionado que al ponerlo mitiga un poco el mal olor. Al menos el baño está limpio y hay una tele. La cama es de esas en las que no sabe uno si dormir dentro, entre las sábanas, o encima de la colcha. No sé qué es más higiénico.
Para cuando nos hemos instalado en el "gran" Benzi Palace son ya las 11 de la mañana. El prometido coche con conductor llega al hotel. Pero ¡oh, sorpresa!, Sampath pidió un tour por la ciudad para ocho personas y me temo que en un sólo coche no vamos a caber. Sampath llama por teléfono a la empresa que organiza la visita; se enfada; les advirtió que éramos ocho y ellos dijeron que no habría problema. Ahora se presentan con un turismo y un conductor. No hay pasa nada dicen, traerán otro pero serán x rupias más. Sampath discute en maratí o hindi (no sé, pero discute). Ahora entiendo dónde a cogido tanta práctica para negociar siempre las mejores ofertas de móviles...
Al final traerán otro coche y otro conductor, sin cobrar más. Pero tenemos que esperar. Seguramente le lleve horas al coche atravesar la ciudad hasta aquí. Viéndome Sampath como el más responsable del grupo, me da instrucciones acerca del pago al conductor. Les ha dado 2000 rupias ahora (unos 30€). Cuando termine el tour debo darle otras 2000 rupias lo que hará el total acordado. También me dice que les dé 100 rupias (1.5€) a cada conductor más tarde para que se vayan a comer.
Mientras esperamos, tomamos algo en el bar del hotel. Un simple chamizo de cañas en la calle, con unas mesas y sillas de plástico. Empezamos pidiendo té, mango lassi y cosas así pero acabamos pidiendo comida. Yo pruebo un pan con especias que parece gustar a todo el mundo. Desde donde estoy veo la cocina: un pasillo alargado y estrecho con el suelo encharcado de agua. Parece que está permanentemente así pues los camareros ni se inmutan al pisar el agua con sus chanclas. Después de varios días aquí, por fin he comprendido el ciclo de la basura en la ciudad de Bombay: la gente genera basura y desperdicios que se van depositando en las calles. En una primera fase de reciclaje, las vacas, el animal preferido de los dioses y que campan a sus anchas por doquier, se van comiendo los restos más exquisitos que los humanos desechan. En una segunda fase, los animales de menos rango, perros y gatos, van rebuscando algo aprovechable que llevarse a la boca. Para entonces, lo que era un compacto montón de basura se ha esparcido por toda la acera. En una una tercera fase es cuando las ratas hacen aparición para comerse lo incomestible. Y en un último filtro, las cucarachas acabarán el proceso de reciclado de la basura de la ciudad; un proceso lento que durará semanas hasta que un camión "de la basura" pase a recoger lo que quede. Riánse ustedes ahora del reciclaje al estilo occidental.
Por fin ha llegado el otro vehículo. Nos repartimos en los coches y salimos, tarde pero salimos. Salimos a ese mar en constante tormenta que es el tráfico de esta ciudad. No tengo ni idea de qué es lo que vamos a visitar. El conductor, como todos los anteriores, no habla. Va siempre mudo. Si acaso cuando le preguntas algo murmura mitad en inglés mitad en galimatías. Pero desde luego considera que hacer de guía turístico a estos niños bien occidentales no es asunto suyo. Él conduce que ya es bastante. Tengo un folleto explicativo de la visita en la mano que parece más falso que Judas. En un fondo rosa aparecen coches super lujosos y edificios enormes que no creo ni que existan aquí.
Uno de los requisitos que le ha puesto Sampath al viaje es que nos lleven a algún sitio donde haya tiendas y podamos comprar algunos regalos y souvenirs, ya se sabe. Así que en una de estas, el coche se detiene el medio de una calle cualquiera atascada de coches. En el lado derecho se ven unas obras en la calzada que bloquean el paso a la acera. En el lado izquierdo hay solares y casas desvencijadas. El conductor nos mira y dice: "shopping". ¿"Shopping"? OK, pero ¿dónde? Nos señala con el dedo. Entre un solar y otro hay un edificio, con las pareces de hormigón, completamente gris y una puerta con cristales tintados. No se ve el interior. Arriba, un rótulo que sí parece el de una tienda. Dentro, hay efectivamente un comercio; el dependiente saliva y yo, un poco por cortesía, me dedico a mirar las baratijas de las estanterías. Las baratijas resultan no ser tan baratas; aunque igual de inútiles. Figuritas, tapices, incienso... Yo no tengo intención de comprar nada, como siempre. Pero Rakel encuentra un tapete de hilo de seda dorado para que su madre ponga en la mesa del comedor. Al fin y al cabo, no todos los días le traen a uno un objeto de la India.
Sigue la visita y poco a poco las calles que atravesamos cambian. No hemos salido de la ciudad pero me da la impresión de que estamos en un pueblo o en un barrio más antiguo. Las calles se vuelven más estrechas, de un solo carril (aunque usado en ambas direcciones) y más contorneadas. Las casas son también bajas. Se ven templos por todos lados. Muchas veces imitan formas de la naturaleza. Tienen colores verdes y marrones y las múltiples figuras de los dioses esculpidas en la fachada tienen largos brazos y ramificaciones como si el templo imitase a un bosque. La próxima parada es un templo, pero no hindú, sino de los "Hare Krishna".
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