29 abr 2009

Bombay - Dic'08 - 07.Mirinda de naranja

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Viernes 19 de Diciembre de 2008
Mirinda de naranja

Es viernes por la mañana. La noche anterior quedamos en que hoy temprano por la mañana iríamos a dar una vuelta y visitar alguna otra zona de Bombay. Pero Rakel y yo estamos cansados y decidimos quedarnos durmiendo hasta más tarde. Así que lo que haremos esta mañana será acompañar a Başak a que se compre el vestido para la boda. Iremos a la misma tienda a la que fuimos nosotros. Por la tarde, tendrá lugar la ceremonia previa a la boda.

Estamos en el mes de diciembre y el calor y la luz que entran por la ventana son propios de un día de verano en España. El hecho de que me tenga que duchar con agua fría no me supone un problema; pero la alcachofa que hay en el medio del cuarto de baño, destinada a ducharse supongo, está rota y toda el agua se sale por la junta entre el grifo y la pared. Así que me ducho agachado con la cabeza pegada a la pared. En esas estoy cuando mirando el agua irse por el desagüe del suelo, asoma por él mamá cucaracha. Puedo seguir duchándome con una cucaracha correteando por el suelo pero ya no me hace tanta gracia cuando aparece el resto de la familia. Antes de salir de casa, me unto la loción anti-mosquitos. No se sabe que enfermedades pueden traer si te pican por aquí.

A las diez y pico ya está el coche esperando abajo. Nos montamos todos: el conductor, Andrés, Marta, Andy, Kazuna, Başak, Nobori, Rakel y yo. Vamos en un Toyota Qualis, un coche muy popular en el sureste de Asia en el que caben hasta 9 personas; algo apretadas a mi parecer. Nos dirigimos a la tienda donde estuvimos ayer comprando los vestidos. Y como es habitual, nos lleva más de una hora llegar, atascados en el horrible tráfico.

De nuevo en la tienda, los dependientes nos sonríen. Deben preguntarse qué carajo hace tanto occidental aquí. Esto no es ninguna zona turística, si es que hay alguna en Bombay. Nobori se va probando trajes como yo ayer y Başak hace lo propio con los vestidos que se probó Rakel. La chica del agua aparece esta vez pero con vasos de Mirinda de naranja; creo que ayer comprendió que no nos atrevemos a beber agua. La cosa va para largo y las compras no me van; menos todavía cuando no son para mí. Así que me salgo fuera, al patio. Desde aquí se ve la calle. La zona donde estamos es bastante pobre. Es una zona de mayoría musulmana, las mujeres llevan todas algún tipo de velo o hijab. Los niños, que vienen o van a la escuela (no lo tengo claro) juegan en un descampado. En él, hay un columpio, una noria pequeña de cuatro cestas. Los niños se arremolinan alrededor y se pelean por subir. Pero aquí hay muchas cosas que funcionan con tracción animal o humana. Un tipo muy habilidoso es el que se encarga de hacerla girar. Encaramado a la noria, va tirando, y de vez en cuando, se engancha a los radios y se deja caer de forma que su peso la impulsa todavía más. Es sorprendente ver como se sube y baja de la estructura. El tío entra y sale con tal facilidad que parece como si caminase por el pasillo de su casa. Tengo la impresión de que de un momento a otro va a quedar atrapado y la noria le va a partir en dos. Uno de los niños, quizás envidioso de los que están subidos en la noria, les tira piedras que va recogiendo del suelo, que por supuesto, ni es asfaltado ni de esa superficie blanda que ponen ahora en los parques infantiles de nuestras ciudades. El que parece su hermano mayor le regaña. Vuelvo a revivir esos tiempos, ya perdidos en occidente, donde los hermanos mayores cuidaban de los menores, cuando los padres estaban ausentes, trabajando.


La noria de tracción manual
Ahora se han dado cuenta de que no pueden pagar con tarjeta, sólo en efectivo, a pesar de que ya se lo advertimos ayer. Van a tener que ir a buscar un cajero. Evidentemente, no hay ningún cajero en esta zona, que no es un poblado de chabolas pero casi. Tendrán que desplazarse en taxi o tuc-tuc hasta el más próximo. Como me toca esperar a que vuelvan, animo a Andy y a Rakel a que salgan conmigo a dar una vuelta por las calles para hacer tiempo. Nada más salir del recinto de la tienda vuelves a sentirte observado. La verdad es que todo nos delata: nuestra piel, nuestra ropa, la cámara de fotos... Me siento muy intimidado. Caminamos calle arriba. Hay mucho movimiento. La calle está llena de basura, que lentamente van reciclando, por este orden, las vacas, los perros, las ratas y las cucarachas. Las casas no son tales: simples tejados y paredes de hojalata con algunos ladrillos para asegurar la estructura. Amontonadas sin más orden que el intento, poco preciso, de seguir una línea recta para crear una calle. Por supuesto, aquí no hay alcantarillas, la luz eléctrica se coge tirando un cable de donde buenamente se puede y el agua potable se trae en depósitos tirados por vacas o bueyes. De muchas de las casas salen pequeños comercios o negocios. Que es lo que crea tanto bullicio y tránsito. Unos venden fruta, en otros te afeitan o cortan el pelo por menos de un Euro, hay muchos donde reparan tuc-tucs, otro vende piezas o incluso hay un locutorio. Me parece graciosa la forma que tienen de ponerse los dependientes de algunas de estas tiendas. Sentados, con las piernas cruzadas, en lo alto del mostrador o mesa que hay delante, cobijados bajo un chambao de paja soportado por dos palos. Ahora que estamos en la estación seca y hace calor, viene bien ponerse a la sombra. La misma cubierta sirve de refugio cuando llega el monzón y el agua cae sin parar durante semanas.


Las vacas traen el agua
Hacemos unas cuantas fotos. Al vernos, grupos de niños se acercan para salir en ellas. Más tarde, una vez en casa, me daré cuenta de que no sólo los niños posan, los adultos que aparecen detrás en todas nuestras fotos también están mirando a la cámara. Al final de la calle, en el cruce, hay una escuela coránica. Montones de niños, todos con una especie de gorro o birrete, se asoman por las ventanas. En medio del cruce, parecemos tres blanquitos totalmente perdidos en medio de la multitud y el bullicio. Hay policías, con porras de madera, vigilando. Hace unas pocas semanas hubo un atentado en la ciudad que tuvo repercusión mundial ya que los terroristas, musulmanes de Paquistán, atacaron el hotel Taj Mahal, en el centro de Bombay. Pero los atentados y las violencia están a la orden del día aquí en la ciudad. Especialmente entre musulmanes e hindúes. Aunque a veces, también se pegan entre los propios hindúes, como cuando hay campañas para dar palizas a los inmigrantes del Norte que vienen a buscar trabajo a las grandes ciudades. Violencia y miseria.

Finalmente las compras terminan y tenemos que volver. Andrés perdió su equipaje cuando llegó a Bombay y lleva casi una semana sin su maleta. Por lo visto, la han encontrado y la tienen en el aeropuerto. Vamos a ir a buscarla. Pero rápido que en un par de horas comienza la ceremonia de Sampath y Rashmi, que es como se llama su futura mujer.

La verdad es que me desespero un poco. Me da la impresión de que llevo toda la mañana perdida (ingenuo de mí). Mientras vamos en el coche de camino al aeropuerto pienso que voy a tener que acostumbrarme a que aquí las cosas van a ir lentas. Es mejor no crearse grandes expectativas. Lo que venga, bienvenido sea y ya está.
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