11 dic 2005

En las ruinas (parte I)


Nunca le habían gustado los humanos, principalmente porque les temía. Aún sentía un escalofrío cuando recordaba las historias que los viejos le contaban de pequeño acerca de lo peligroso que podía ser cruzarse con uno de esos seres larguiruchos. Por ello, siempre era muy prudente cuando se sentaba cerca de ellos para observarles. No subían con regularidad por lo que, cada vez que los oía acercarse, dejaba lo que estuviese haciendo para poder ir a espiarles. Nunca se sabía cuánto tiempo podía pasar hasta que volvieran a aparecer de nuevo. Lo cierto es que últimamente ya no se les veía por allí tan a menudo como antes. Quizás, pensaba él, habían muerto, o quizás se habían marchado del lugar.

Solían sentarse junto a las ruinas (él no sabía muy bien qué eran esas ruinas; sólo sabía que siempre habían estado allí). En ese lugar le era fácil acercarse sin ser visto y esconderse detrás de ellos entre los arbustos. Casi siempre eran tres y venían de noche, no iban armados ni parecían peligrosos. Llegaban por el bosque, subiendo por el sendero, se sentaban y pasaban largas horas conversando de multitud de cosas. Hablaban de un mundo que para él era extraño y empleaban palabras que, a pesar de conocer la lengua de los humanos, le resultaban incomprensibles. Sin embargo, le encantaba escuchar sus conversaciones. A partir de ellas, trataba de imaginarse cómo era su mundo, cómo vivían, a qué dedicaban su tiempo, qué clase de máquinas y prodigios empleaban, qué frutos recolectaban o de qué se alimentaban.

Muchas veces, se preguntaba si el resto de los humanos serían como aquellos tres a los que él observaba. Tenía sus dudas ya que siempre se les oía hablar con cierto descontento del resto de los de su especie y algo desilusionados por cómo se manejaban las cosas en su mundo. Se decía entonces para sí mismo, que esos tres debían ser algo poco corriente.

Así es como, poco a poco, fue gestando la idea de bajar alguna vez al poblado de los humanos. Si fuese [...]


No hay comentarios: