14 dic 2005

En las ruinas (parte II)


Así es como, poco a poco, fue gestando la idea de bajar alguna vez al poblado de los humanos. Si fuese capaz de ver con sus propios ojos aquellas cosas que contaban sus amigos espiados...

No es que fuese arriesgado descender hasta el poblado, era simplemente descabellado. Se imaginaba siendo aplastado por máquinas rodantes, o siendo perseguido por una multitud de humanos con armas de rayos, o peor aún, perdido en medio de ese mundo sin encontrar el camino de regreso a casa, escondido, muerto de frío, sed y hambre.

Pero él quería saber más. Quería saciar esa curiosidad que le acompañaba siempre. Ese ansia le había metido en no pocos problemas y, una vez más, estaba dispuesto a tirarlo todo por la borda, si hacía falta, con tal de saber qué había detrás de la siguiente curva. Pensó en contarle sus propósitos a algún amigo con el fin de que le pudiese acompañar, o al menos, ayudar en la hazaña, pero desistió al momento. No le tomarían en serio o lo tacharían de loco. Además, si poco iba a durar él en tierras de los humanos, poco más iban a durar dos como él. Necesitaba a alguien que conociese los peligros que iba a encontrar, alguien que le mantuviese a salvo de los mismos y le guiase en su viaje. Curiosamente, esa noche, la pequeña porción de luna permitía divisar tres sombras que se acercaban despacio por la senda.

Hablaban de animales y señalaban al cielo; allá un león, acá una osa, más arriba un cisne... Una cosa estaba clara: no podía presentarse frente a los tres. Si alguno de ellos estaba dotado de cierta actitud serena, habría otro que no lo estaría y convencería a los otros dos para abalanzarse hacia él y aplastarlo. En cambio, si se presentaba ante uno solo de ellos había una remota posibilidad de que no lo contase a sus dos amigos por miedo a que se rieran de él.

-¿Hacia dónde vuelan esos animales de los que hablais? [...]


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