Un día estaban en una fiesta matemática todos los números y las letras griegas; estaba también la suma, la resta..., incluso vino la raíz cuadrada. Había música, comida y juegos. Se formaban pequeños grupos en los que se entablaban grandes discusiones acerca de política, de derechos, del trabajo... La x se quejaba de que estaba harta de ir siempre con el = a todos lados, el 2 buscaba aliados para su golpe de estado y así derrocar al 1 y la división se mareaba cuando el 0 se sentaba sobre su divisor. Todos lo pasaban más o menos bien.
Pero, como en todas las fiestas, había un individuo que estaba sentado en un rincón y no participaba. Estaba ausente a todo lo que allí ocurría. Era el número e. Se limitaba a pasar el rato sacándose más y más decimales de su larga cola. Viéndolo allí sentado, tan solo, el 0, que es el más humilde de todos los números, se le acercó a ofrecerse como exponente. Pero el número e lo rechazó amablemente diciendo que 1 no hay más que uno y ya estaba en la fiesta. -¿Y por qué no te integras?- le preguntó el 0; a lo que el número e respondió: -¿total para qué? si me voy a quedar igual.-
Pero, como en todas las fiestas, había un individuo que estaba sentado en un rincón y no participaba. Estaba ausente a todo lo que allí ocurría. Era el número e. Se limitaba a pasar el rato sacándose más y más decimales de su larga cola. Viéndolo allí sentado, tan solo, el 0, que es el más humilde de todos los números, se le acercó a ofrecerse como exponente. Pero el número e lo rechazó amablemente diciendo que 1 no hay más que uno y ya estaba en la fiesta. -¿Y por qué no te integras?- le preguntó el 0; a lo que el número e respondió: -¿total para qué? si me voy a quedar igual.-
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