En los últimos tres meses habré hecho el trayecto Bruselas-East Midlands más de veinte veces. Lo sorprendente de esto es que soy siempre el único (o casi) que se sigue pasando todo el viaje mirando por la ventanilla del avión. No entiendo como la gente saca el portátil y se pone a leer e-mails y chorradas en lugar de mirar por la ventanilla.
Hoy el día estaba especialemente claro, así que se podía ver todo con gran detalle. Hemos dejado Bruselas a la izquierda; el Atomium y el estadio de Heysel se distinguen fácilmente por su tamaño y por estar algo alejados del núcleo urbano. En seguida se pasa por Aalst y por Gante para llegar a Brujas. Sí, no hay duda, se distingue el campanario y el ancho canal que rodea el centro. Cuando estás sobrevolando Brujas, si miras hacia delante, ya se ve el mar y cómo todos los canales van, poco a poco, desembocando en otros cada vez más grandes hasta llegar a mar abierto. Al llegar a la costa, se aprecian las barreras de contención para que el agua no inunde los bien llamados Países Bajos y un poco después, te encuentras en mitad del Canal de La Mancha; a un lado el océano Atlántico, al otro, el mar del Norte. Se ven siempre grandes barcos atravesándolo. La distancia que separa Francia de Inglaterra parece tan pequeña vista desde el cielo que uno se ve capaz de cruzarla a nado (en realidad, son unos 34 Km es su punto más corto). Durante el tiempo que sobrevolamos el Canal en dirección a Inglaterra me gusta imaginar que voy en un avión de la Luftwaffe a dejar un regalito en el Victoria and Albert Museum de Londres.
Cuando te acercas a la orilla inglesa impresiona la gran desembocadura del Támesis; donde no se sabe realmente lo que es mar y lo que es río. Poco poco el río se va estrechando y empieza a curvarse y retorcerse, señal inequívoca de que te estás acercando a Londres. Enorme, aunque cuesta distinguir nada bajo esa capa de "no se sabe qué" que la envuelve. Después el avión gira hacia el norte y todo se vuelve verde. Increíblemente verde.
Estaba sumido en tan impresionantes vistas, cuando en medio de mi éxtasis contemplativo, me ha dado por pensar que me importaba un carajo que el avión en el que iba se estrellase en ese mismo momento. Estaba contento. Contento con lo que estaba haciendo y había hecho en mi vida. De repente sentía que había sido feliz, más feliz de lo esperado y me daba igual estrellarme contra el suelo allí mismo, rodeado de gominos estirados. A mí me hubiesen encontrado tieso, como a los demás. Pero con una sonrisa en la cara.
Hoy el día estaba especialemente claro, así que se podía ver todo con gran detalle. Hemos dejado Bruselas a la izquierda; el Atomium y el estadio de Heysel se distinguen fácilmente por su tamaño y por estar algo alejados del núcleo urbano. En seguida se pasa por Aalst y por Gante para llegar a Brujas. Sí, no hay duda, se distingue el campanario y el ancho canal que rodea el centro. Cuando estás sobrevolando Brujas, si miras hacia delante, ya se ve el mar y cómo todos los canales van, poco a poco, desembocando en otros cada vez más grandes hasta llegar a mar abierto. Al llegar a la costa, se aprecian las barreras de contención para que el agua no inunde los bien llamados Países Bajos y un poco después, te encuentras en mitad del Canal de La Mancha; a un lado el océano Atlántico, al otro, el mar del Norte. Se ven siempre grandes barcos atravesándolo. La distancia que separa Francia de Inglaterra parece tan pequeña vista desde el cielo que uno se ve capaz de cruzarla a nado (en realidad, son unos 34 Km es su punto más corto). Durante el tiempo que sobrevolamos el Canal en dirección a Inglaterra me gusta imaginar que voy en un avión de la Luftwaffe a dejar un regalito en el Victoria and Albert Museum de Londres.
Cuando te acercas a la orilla inglesa impresiona la gran desembocadura del Támesis; donde no se sabe realmente lo que es mar y lo que es río. Poco poco el río se va estrechando y empieza a curvarse y retorcerse, señal inequívoca de que te estás acercando a Londres. Enorme, aunque cuesta distinguir nada bajo esa capa de "no se sabe qué" que la envuelve. Después el avión gira hacia el norte y todo se vuelve verde. Increíblemente verde.
Estaba sumido en tan impresionantes vistas, cuando en medio de mi éxtasis contemplativo, me ha dado por pensar que me importaba un carajo que el avión en el que iba se estrellase en ese mismo momento. Estaba contento. Contento con lo que estaba haciendo y había hecho en mi vida. De repente sentía que había sido feliz, más feliz de lo esperado y me daba igual estrellarme contra el suelo allí mismo, rodeado de gominos estirados. A mí me hubiesen encontrado tieso, como a los demás. Pero con una sonrisa en la cara.
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