El otro día se murió Enrique Morente. Y me acordé de aquella vez que, en una de esas noches de insomnio, Sadi y yo tomábamos unas cervezas en el Eshavira y descubrimos, entre el humo (sí niños, antes era habitual que se fumase en los bares), que Morente estaba sentado en la mesa de enfrente con unos amigos, también como nosotros, tomando unas cervezas. La sensación que me dio en aquel momento fue la de un artista rodeado de aduladores. Mirando la escena sin conocer a nadie, se podía adivinar cuál era la figura principal, por su presencia; había como un aura alrededor. Casi diría que la poca luz que había en el local se proyectaba sobre él. Él estaba sentado en el centro y el séquito se arremolinaba alrededor de forma aparentemente casual. Él hablaba, los demás escuchaban. Como un mesías. Probablemente no sea más que la manera en la que mi cerebro recuerda aquello.
Y de repente me puse nostálgico. Pensé en Granada y en que ya era hora de que alguien la sacase en la foto como se merece. Pensé en las noches de ensoñación que pasábamos recorriendo calles y bares. Me acordé también de la fuerza con la que brilla el sol en el sur. No es el calor lo que más recuerdo, es la cantidad de luz que lo impregna todo. Y de ahí subí hasta la Sierra. A las cumbres más altas: al Veleta, a la Alcazaba, al Mulhacén. Sierra Nevada es para mi un lugar exquisito. Donde uno encuentra sólo lo mejor: el silencio, el agua más pura, el frío más intenso o el cansancio más extremo.
Allí, en la soledad de la montaña, empecé a tararear "Caminito de Totana". Suena en la radio de una furgoneta destartalada. Camino de casa por el camino del río después de coger unos pepinos y tomates. Son casi las tres de la tarde y mi abuela nos va a regañar a mi abuelo y a mi por llegar tan tarde a comer. A él parece no importarle. Va conduciendo por la empinada cuesta con gran parsimonia. De hecho, hasta suelta el volante para encenderse otro cigarro.
No suelo tener muchos momentos de nostalgia pero cuando los tengo, las sensaciones son muy fuertes. Aparte de revivir esas sensaciones físicamente, esos momentos vienen acompañados de cierto dolor. Leve pero físico; como un encogimiento. Supongo que es el dolor por estar lejos de todas esas cosas. Lejos en el espacio pero en el tiempo también. Y ya sabemos que no se puede viajar hacia atrás.
Y de repente me puse nostálgico. Pensé en Granada y en que ya era hora de que alguien la sacase en la foto como se merece. Pensé en las noches de ensoñación que pasábamos recorriendo calles y bares. Me acordé también de la fuerza con la que brilla el sol en el sur. No es el calor lo que más recuerdo, es la cantidad de luz que lo impregna todo. Y de ahí subí hasta la Sierra. A las cumbres más altas: al Veleta, a la Alcazaba, al Mulhacén. Sierra Nevada es para mi un lugar exquisito. Donde uno encuentra sólo lo mejor: el silencio, el agua más pura, el frío más intenso o el cansancio más extremo.
Allí, en la soledad de la montaña, empecé a tararear "Caminito de Totana". Suena en la radio de una furgoneta destartalada. Camino de casa por el camino del río después de coger unos pepinos y tomates. Son casi las tres de la tarde y mi abuela nos va a regañar a mi abuelo y a mi por llegar tan tarde a comer. A él parece no importarle. Va conduciendo por la empinada cuesta con gran parsimonia. De hecho, hasta suelta el volante para encenderse otro cigarro.
No suelo tener muchos momentos de nostalgia pero cuando los tengo, las sensaciones son muy fuertes. Aparte de revivir esas sensaciones físicamente, esos momentos vienen acompañados de cierto dolor. Leve pero físico; como un encogimiento. Supongo que es el dolor por estar lejos de todas esas cosas. Lejos en el espacio pero en el tiempo también. Y ya sabemos que no se puede viajar hacia atrás.
1 comentario:
Cuxa el tt este en partes del texto me siento identificado..JAJA. acuerdate como me enseño el abueño a comducir.....un beso orejonnnnnnnnnnnnn tq
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